La parroquia de San Xinés de Bamio, que formó parte del desaparecido municipio de Carril, pertenece hoy al de Vilagarcía de Arousa. En el siglo XIX su población era de 696 almas, y de 1.314, en el censo de 1.970. Se halla enclavada al final del estuario del Ulla, casi en el punto en que sus aguas se mezclan con las del mar de Arousa.
En la parroquia existe un lugar conocido como O Campanario y por “O Louceiro”, por haber estado en torno a él la mayoría de los hornos de los alfareros. Esta aldea se extendía junto al mar y allí se conservas la vivienda y restos de hornos de algún viejo “louceiro”. En la orilla-mar inmediata se refleja el encanto de su paisaje entre campesino y marinero.
“Aldeíña do Louceiro,
aldea que todo ten,
boas mozas, boas peras,
e bós rapaces tamén.”
LOS “LOUCEIROS”
No conocemos ninguna referencia significativa del momento en que pudo haber comenzado la alfarería en esta aldea. De hecho es sorprendente la existencia de una aldea de alfareros que tiene necesidad de transportar el barro desde muy lejos, trayéndolo por mar desde un lugar distante veinticinco kilómetros. Quizá fuese suficiente con analizar las razones económicas y la falta de otras diversas motivaciones industriales a nivel campesino.
Los vecinos de Bamio denominaban a los alfareros “louceiros”. Por los años 1038-1940, estos alfareros fueron abandonando el trabajo del barro. Dejaron de hacer sus “cántaros”, “barreñones” y otras formas a causa de la competencia de otros artículos industriales y porque la galena para el vidriado resultaba muy cara.
Actualmente, la aldea es más conocida por el nombre de “O Campanario” porque en ella se asienta la torre-espadaña que está situada a muy poca distancia de la iglesia parroquial.
Perdura en Bamio el recuerdo de los últimos alfareros y alguno de ellos todavía sobrevive para poder contarnos su historia. Entre estos hombres podríamos nombrar : o señor José Mª, “o Tintín”; o señor Genaro, “O Xanote”; “o Reviricho”, que hacía los mejores cántaros; o señor Torrado, “o Pola”; “o Coxo”; o señor Ramón, “o Xurdo”; o señor Barreira; o señor Vicente, “o Pantalla”; o señor José, “o Casal”; o señor José, “o da Revolta”. En los últimos años, un “louceiro” de Bamio se fue durante un año a Carnota para fabricar “louza” en una fábrica de tejas.
En 1.752 trabajaban en esta localidad diecisiete artesanos: Alberto Suárez, de 57 años; Benito Blanco, de 42 años; Cayetano Romero, de 52, y su hijo Miguel; Jacobo Barcala, de 60, y el mayor de sus hijos, labrador y alfarero; Manuel Fresco, de 30; Marcos Suárez, de 40; todos ellos vecinos de O Campanario. Ambrosio do Campo, de 50 años, vecino de A Lomba; Carlos García, de 52 años, y su yerno, Tomás Romero; Francisco Suárez “el Viejo”, de 83 años y su hijo Franscisco Suárez “el Joven”, de A Dona; Francisco Lojo, de 25 años, de Nogueirido; y Manuel Suárez, de 40 años, de Vilar. Se les calculaba una “utilidad anual como fabricantes de loza ordinaria, y, a más de ello, se ejercitan como labradores”, de 400 reales de vellón anuales a los más hábiles, y de 300 ó 200 reales a los demás.
MIÑANO no recoge información alguna sobre este núcleo de alfareros. Y MADOZ, en 1.846, dice que existían en Bamio “cinco alfarerías”.
La calidad de las piezas de los alfareros de esta parroquia a finales del siglo XIX era grande y merecida. “En Bamio hay tejares y alfarerías, donde se construyen objetos de barro, macetas, botijos, pucheros, cazuelas, escudillas, platos, etc. En la última Exposición de Pontevedra (de 1.880) hicieron estos fabricantes ostentación de su industria, entre cuyos productos llamaba la atención una trompeta de barro, construida con arreglo a todas las leyes de la acústica. Nadie, al escuchar sus sonidos, creería que no eran producidos por un buen instrumento de metal”.
Y se destaca que “causaron agradable impresión” las obras, incluso los tiestos y alcatruces, presentados por el artesano José García Fresco, quien ya concurriera a la Exposición Regional de Lugo de 1.877 con una “campana de barro”.
A comienzos del siglo XX, la alfarería tradicional se complementaba con la fabricación de tejas y ladrillos en el entonces término municipal de Carril.
Los “louceiros” sólo en contados casos heredaban el doble oficio de agricultores y alfareros. Algunos alternaban el trabajo del torno con el cuidado de las tierras; otros lo alternaban con la pesca o navegando por mares muy lejos de su tierra. En 1.936 sólo quedaban tres “louceiros”, y por los años de nuestra guerra se dejó para siempre la industria alfarera. A medida que otros oficios ofrecían mayor rentabilidad, se fue abandonando el barro.
La tarea, o labor diaria de un “louceiro” podía alcanzar los 300 “petos”, o cuatro docenas de “barreñones grandes”, o seis “pezas” si se trataba de “cántaros da medida” de 16 litros. Por el año 1.936, poco antes de iniciarse la guerra civil, un alfarero al jornal ganaba seis reales diarios y mantenido, de lo que se deduce que acostumbraban a tener una más holgada economía que los campesinos. Sin embargo, eran menospreciados por muchas gentes, que llegaban a pronunciar comentarios despectivos, no siempre justificados, como el que afirmaba que “vivían como a trampa”.
EL BARRO.
Ni en Bamio ni en su comarca hay barro. Por ello, los alfareros adquirían el que se obtenía en los fondos marinos de la ensenada de A Toxa, en los puntos conocidos por A Seca y Os Tubos, o Ensenada dos Tubos, de la parroquia de Vilalonga (Sanxenxo), que proporcionaba, bajo pocos cmts. de lodo, un barro de color rojo y de gran plasticidad, “barro roxo”, el cual, como en ocasiones venía en manchas de color amarillo, se le conocía como “barro pinto”. Alguna vez se obtenía una arcilla caolínica, “barro blanco”, que tenía una menor utilización. En Dena, ya en tierra firme, se extraía un barro negruzco que después de la cocción lo utilizaban exclusivamente para hacer “cántaros”.
El “barro roxo”, o “barro pinto”, se extraía en lugares que oscilaban entre pocos metros y quinientos metros de la línea de las mareas equinocciales máximas. Para localizar la capa de arcilla idónea bajo el fondo marino se perforaba el terreno con una barra de hierro, “cala”, de afilada punta, introduciéndola hasta notar bajo el lodo la resistencia del barro. En el punto localizado se dejaba clavado un palo, o “espeto”, y a su lado quedaba anclada una lancha que se utilizaría para el transporte. Al descender la marea se procedía a practicar pozos cuadrados de cuatro o cinco metros de profundidad, “barreiros” , en los que trabajaban de dos a seis hombres. Los lados del pozo se protegían con planchas de madera para evitar derrumbamientos.
Para abrir el pozo se comienza por retirar el fango con la “eixada de descubrir”, que es una azada cuadrada, similar a la de las faenas agrícolas de la zona. Al llegar al barro se utilizaba la “eixada de cavar”, de hoja mucho más estrecha que la primera, de unos 20 cms. de longitud y de 10 cms. de ancho, con mango de boj. A cada golpe de azada se arrancaba se arrancaba una plancha de barro, “pañón”, que se lanzaba con la misma azada al interior del barco. Para el caso que el pozo fuese profundo, el “pañón” lo lanzaba un segundo hombre a la superficie y un tercero lo colocaba en la cubierta del barco. Los pozos volverían a cegarse con los arrastres de las mareas en un intervalo de unos cuatro meses.
Los barcos que realizaban el transporte del barro hasta Bamio eran contratados por los alfareros a los “lancheiros”, es decir, a los dueños de los barcos. Se trataba de veleros, normalmente utilizados para el tráfico por la ría, de un solo palo, con vela y foque triangulares, con el fondo muy plano y quilla de unos 20 cms., apto para navegar en zonas de muy poco fondo. Los alfareros normalmente contrataban el transporte de 6 ó 12 toneladas de barro, aunque los veleros podían alcanzar unas 20 toneladas de desplazamiento.
Se descargaba el barro en la misma costa, frente al barrio de Os Louceiros, en el punto denominado A Fontiña. Los marineros iban amontonando el barro en “bolas”, que trasladaban las mujeres sobre sus cabezas y las depositaban en un lugar conocido como “A fraga de Paco”, formando montones, o “moricos”, de barro. Después, los montones se sorteaban entre los alfareros que habían comprado colectivamente el barro, y cada uno se llevaba su parte en carros de bueyes. En 1.930, los alfareros pagaban cinco pesetas por cada tonelada de barro puesto en Bamio.
PREPARACIÓN DEL BARRO.-
Las “bolas” de barro, que pesaban cada una de 25 a 30 kilos, se subían en carros o en cestas hasta el lugar en donde los alfareros disponían de una piedra o roca plana para prepararlo. Todavía existe, cerca del campanario de la iglesia, una piedra conocida por A Laxe, que fue utilizada por varios alfareros. Allí, si el barro estaba seco, se echaba al agua de un pilón hecho de piedras, se golpeaba a base de “cortes” con un “sable” de hierro, curvado, de unos 80 cms. de largo por 5 cms. de ancho y de un grosor un poco mayor que la lámina de la llanta de un carro del país. Después se “pisaba” con un “pisón” de madera, de cabeza cilíndrica, de unos 50 cms. de altura. Con esta operación se igualaba la consistencia del barro, “comparado todo por un igual”, para que no hubiese unas partes más duras que otras.
Antiguamente se “pisaba” con los pies descalzos, sobre “a laxe”, cargando la fuerza sobre el talón y borde interno del pie, moviéndose en espiral de fuera a dentro, a fin de eliminar con precisión las porciones duras, o “codillos”.
Con el barro ya preparado se hacían grandes masas, o “bolas”, que deberían equivaler a la “tarea” o trabajo de cada día. Al comenzar el trabajo del día, el alfarero coge una “bola” de barro que lleva al “tableiro” del torno, o a una mesa de madera o de piedra. Sobre la mesa va comprimiendo fuertemente el barro entre los dedos, para “escoller o barro”, con objeto de sacarle las arenas. Después, la “bola” es cortada en pequeños “bolos”, con el tamaño proporcional a las piezas a construir. Todavía uno por uno, cada “bolo” se “grama” con las manos, humedeciéndolo si fuera necesario para alcanzar su adecuada consistencia, antes de ponerlo sobre la mesa del torno.
EL TORNO.
El torno es conocido por “a roda”. Estaba situado en la cocina o en un alpendre anejo a la casa. Su montaje consistía esencialmente en un marco de tres gruesos tableros clavados por sus dos extremos en la pared, y apoyado en dos estacas hincadas en el suelo. Sobre ese marco descansan las contadas tablas que constituyen o “tableiro” o “mesa da roda”. Frente el “tableiro”, una tabla servía de asiento al alfarero, apoyada también en dos estacas.
El eje, “eixo”, también conocido por “o rodicio”, de madera dura como “ameneiro” o aliso, o bien “freixo” o fresno, encajaba en una entalladura labrada en el tablero que se cerraba mediante un madero corto, formando así el yugo, o “xugo”, para el eje. Ese palo corto se ataba, mediante cuerdas, a la estructura de la mesa. En el extremo superior del eje encaja a presión la rueda menor o “forma”, y por su parte inferior el eje queda sujeto mediante cuñas de madera al volante, o “roda”, finalizando por abajo en un espigo de hierro que gira sobre un canto rodado, o “seixo”, de igual manera que los molinos de los cereales. A nivel del yugo, el eje se envuelve en una tira de cuero engrasada para facilitar el giro.
La rueda inferior recibe el impulso del pie izquierdo, en sentido opuesto a las agujas del reloj, mientras el pie derecho descansa en un travesaño. Cuando elaboraba grandes piezas, el alfarero colocaba sobre la rueda superior “formas” suplementarias, adhiriéndolas a aquéllas con barro, después las quitaba junto con la pieza, y era frecuente que para la construcción de esas grandes vasijas trabajase de pie. En las tablas que están sobre la “mesa da roda”, en una de ellas están los “bolos” de barro y en otra “a louza” que va fabricando. En torno a la rueda dispone de una vasija para el agua, o “ o cacho da auga”, que era habitualmente un “barreñón” pequeño. Y como instrumentos emplea dos “canas”, similares a las de los alfareros de Buño, una “lisa” de forma trapecial, con dos puntas para dar la forma y alisar las paredes; la otra “entallada” , llamada así porque lleva un entrante, para hacer el pie de las vasijas que lo llevan; para alisar los bordes emplea “o coiro”, obtenido de una lengüeta de un zapato o de una tira de cuero fino.
EL TRABAJO AL TORNO.
La elaboración de una vasija tiene una gran similitud con la técnica empleada por los alfareros de Buño.
1.- Se comienza por coger un “bolo” de barro y se adhiere sobre la rueda superior, o “forma”, lanzándola con fuerza mientras gira el torno.
2.- Se comprime “o bolo” hacia abajo, contra la rueda, con las dos manos abiertas, para centrarlo en la rueda. Se eleva comprimiéndolo con las dos manos. Se vuelve de nuevo a bajar, comprimiéndolo con ambas muñecas, “cos papos das máns”, para que el barro quede sin aire, “ben macizo”, y de nuevo se eleva, abrazándolo con ambas manos.
3.- De arriba abajo, se procede a “abrir o barro”, metiendo los pulgares en la masa del “bolo”, hasta abrirlo por completo. En piezas grandes se introduce en la hoquedad abierta con el puño de la mano izquierda.
4.- Con la mano izquierda por dentro, apoyados a la pared del borde del índice y el dedo homólogo de la mano derecha por fuera, se procede a “subir o barro” al tiempo que se le va dando forma , “a feitura”. Tres “subidas” suelen ser necesarias para completar la forma de la vasija. Durante la segunda “subida” se hace el “orillo” o borde grueso en las piezas que lo llevan.
5.- Con “a cana”, mientras la mano izquierda sigue por dentro, “dase a terminación da feitura”, finalizando de modelar la forma, definiendo el pie y puliendo el borde. Y con la punta de “a cana” se trazan las líneas incisas, o “riscos”, cuando la vasija lleva decoración.
6.- Terminada la pieza, se separa de la “forma” cortándola con un hilo fuerte de coser. Las asas se colocan, “enlasar” al siguiente día, cuando el barro ya está endurecido, o “callado”.
Los residuos que se adhieren a sus manos reciben el nombre de “lambuxas”, que las va retirando de las manos cuando se hacen molestas, amontonándolas junto a la rueda para unirlas a otro “bolo” de barro; las manos deberán poseer un tacto adecuadamente “dondo”, o suave. Finalmente, con un hijo fuerte de coser desprende las vasijas del torno, para pasarlas a unas tablas en las que se llevan a secar al sol, si no era muy fuerte; y en los días de invierno se secaban en la cocina.
Por cada hornada se consumían aproximadamente cuatro toneladas de barro. Y suponía el trabajo de un alfarero durante un mes, “traballando día e noite”.
FORMAS Y DECORACIÓN. VIDRIADO.
Cuando una pieza es muy ancha en su base se dice que lleva “fondo”, y si, al contrario, es de base estrecha, a esa base se le llama “cu”.
Desde otro punto de vista, hay vasijas con la base plana y otras en que es curvada. Las “tarteiras”, “barreños”, “olas”, y “macetas de colgar”, después de secar durante un día, volvían de nuevo al torno para hacerles el fondo curvo, mediante el “desbaste” con la “raspilla”, que es una lámina metálica, hecha de un trozo de arco de barril, con uno de los extremos largos que sirve de agarradera. Para que la vasija no se desviase durante el “desbaste”, se centraba sobre el torno con ayuda de un “bolo” de barro que hacía de molde.
Los bordes pueden ser lisos del todo, lo cual equivale, en el concepto de los artesanos, a carecer de borde, o nien ligeramente reforzados, como en el “cántaro”, y muy reforzados, como en las “olas” y “tarteiras”, con la finalidad de servir de apoyo a una tapadera, o “testo”, o en “barreñones” y “barreñas”, por las propias necesidades de su uso. A este borde muy reforzado, últimamente referido, se le conoce como “orillo”. Para su construcción se adelgazaba el borde en su final, y a continuación se dobla para engrosarlo.
La decoración de las vasijas de Bamio es muy escasa. Pudiera deberse a que la consideraban una pérdida de tiempo, pues nada se hacía con la rueda parada. En contadas piezas se aplicaba una o dos simples líneas incisas, o “raias”, como en “xerras”, o en “petos”. Las líneas incisas podrían formar “ondulados”. O también se trataba de picados incisos, o “punteados”. Tan sólo se adornaban con cierta dedicación las macetas, o “tarros”, mediante moldeados de su “orillo” o con decoraciones con líneas incisas.
El vidriado, o “baño”, se preparaba moliendo galena, “alcol do louceiro”, en molinos de mano. En una “barreña” grande se disolvía en agua la galena molida. Antes de su aplicación, las piezas pasaban por una primera cocedura de bizcochado. Se cogía de la “barreña” con una concha de “vieira”, vaciándolo en el interior de la vasija a bañar, la que agitaba para que el vidriado se extendiera por toda su superficie interior hasta el borde. Este baño de galena, como impermeabilizante, era utilizado en una mayor parte de las vasijas de Bamio, con la sola excepción de las macetas, que iban sin vidriado.
LOS HORNOS.-
Todos los hornos estaban construídos en el barrio de O Louceiro o en sus proximidades. Se recuerda en A Fontiña el horno “de Mateo”; en A Granxa, el horno de “Granxa de Ave”; en A Chamuscada el horno “do Reviricho”; en O Louceiro, los hornos de “Tintín”, de “A Barreira”, de “San Xoán”, do “Lagarto”, de “Xanote”. Los de la “señora Genoveva” y de “Pola”. Hace todavía muy pocos años que se conservaban los restos de alguno de estos hornos.
Eran similares a los viejos hornos de Buño. Cilíndricos, abiertos por arriba, de unos 2 metros de altura y 2,5 metros de diámetro, de paredes de mampostería de granito. Su parrilla constaba de una placa central circular hecha de piedras y barro, sin apoyo vertical, saliendo de ella unas piedras radiales, en número de unas diez, que dejan huecos entre ellas. Algunos hornos sostienen su parrilla mediante dos arcos cruzados, pero sin pie central. La boca de fuego, “porta do forno”, orientada hacia el NE., era de medio punto, estando protegida en ambos lados por un murete triangular saliente. Alguna vez, la leña amontonada junto al horno también ofrecía una conveniente protección contra los vientos. Por la parte interior del horno había dos o tres pares de muescas, o “fochas”, diametralmente opuestas por pares, que servían de apoyo para cargar el horno. Y por el exterior, hacia un lateral de la boca de fuego, existía, en lo alto de la pared, una abertura denominada “porta de arriba” de unos 30 cms. de alto e igual de ancho por la que se comprobaba la cocción.
Casi todos los “louceiros” tenían su propio horno. No se recuerda que existieran hornos comunales. Los que no lo poseían podrían usar el de cualquiera de sus compañeros sin interás alguno.
LA COCCIÓN.
Cada “oleiro” cocía un máximo de ocho veces al año. Comenzaba la carga del horno por la mañana temprano y terminaba la cocción ya de noche. Esta operación supondía unas ocho horas cargando el horno y calentándolo, y a continuación unas 4 o 5 horas de fuego fuerte. En una fase inicial se cargaba la cuarta parte del horno, calentándose estas vasijas para que sirvieran de apoyo a las restantes.
Para la cocción se empleaba “toxo”, tojo, y “fento”, hoja seca de pino. En cada cocción se consumían unos veinte o treinta “feixes” de tojo. Este combustible se traía de los montes de Abalo o del Monte Boleco, que compraban a los labradores. Cada “feixe”, o haz, estaba formado por nueve “panadas”, y cada “panada” por cuatro “galladas”, que es la cantidad que se podía cargar de una vez con una “galla”, u horquilla. Las mujeres, que acostumbraban a coger y transportar el tojo, se aprovechaban de un desnivel del terreno para cargar el haz sobre su cabeza, la cual protegían con un saco doblado, pues tenían que hacerlo por si mismas, ya que no contaban con gente para ayudarlas. El horno se comenzaba a calentar paulatinamente “ir quentando” –función de la que encargaban las mujeres, que acercaban el combustible con el “gallote”, horquilla de tres púas- cuando la carga del horno alcanzaba aproximadamente un metro de altura. Con una vara larga de pino verde, “a vara de sobrascar”, se levantaba la leña para airearla en la combustión, y con ella se extendía el rescoldo para hacer espacio para más leña.
Se continuaban colocando las vasijas hasta el límite de la altura del horno. Las que se vidriaban iban situadas en su primera cocción en la parte alta del horno para que quedasen bizcochadas. Por arriba, las piezas se tapaban ligeramente con trozos de otras rotas de cocciones anteriores. Al paso del tiempo de cocción, el fuego iba avivándose progresivamente. Hacia las once de la noche, y todavía durante un par de horas, se avivada el fuego al máximo. De esta última fase se encargaban los hombres. Si el fuego no salía por la parte alta del horno se echaba hoja seca de pino por la parte superior del horno “para que chame polo fuego”. Se asegura que los marineros, desde el mar y por la noche, veían el resplandor de las llamas al elevarse por las bocas de los hornos.
Al día siguiente podían sacarse los cacharros del horno.
LAS VASIJAS DE BAMIO
“BARREÑÓN”:
Esta vasija se empleaba en la “matanza”. Se hacía en cuatro tamaños, los más grandes de 10 a 12 litros, y hasta 2 litros los más pequeños. Los de mayor tamaño se utilizan para la recogida de la sangre, y los pequeños para “as menudanzas e a grasa do porco”. También podían prestar otros servicios en la cocina o en la casa. En los tamaños pequeños, los “barreñóns” fueron usados como “fontes” para comer en ellos.
El “barreñón” tiene la pared oblicua, de amplia boca respecto a la base. Y su borde reforzado, u “orillo”, se esvasa ampliamente siguiendo la dirección oblicua de las paredes , o “barriga”. En esta vasija, como en otras por similar motivo, la base por ser amplia se conoce por “o fondo”. Vidriada con “alcol” por el interior.
Cuando se colocaban en el horno tanto “barreñones” como “barreñas”, se disponían las de menor tamaño dentro de las grandes, con el objeto de que ocuparan menos sitio y rindiera más el horno.
“BARREÑA”:
A diferencia de la anterior, en la “barreña” las paredes de su “barriga” son verticales, aunque se abren levemente hacia su borde reforzado, u “orillo”, y forman una convexidad hacia la base, o “fondo”, incurvada mediante la antigua técnica de “desbaste”. Sus tamaños son menores que en las anteriores vasijas, de 6 a 2 litros, entre cuyas medidas se hacían tres tamaños. Puede llevar o no dos asas transversales, y baño de “alcol” en el interior. Se empleaba para los servicios de la cocina, como podía ser “salar pescado”, es decir, “facer a salmoeira de sardiñas”.
Cuando se “desbastaba” el “fondo” de una “barreña”, como cualquier otra pieza que llevase el fondo curvado, lo cual debería hacerse al siguiente día de tornearla, se le invierte sobre la rueda del torno y con una “lata” se “raspillan” los bordes hasta darle forma. Y mientras se “desbastaba”, con objeto de situar la vasija bien centrada sobre la rueda del torno, se utilizaba un “bolo de barro” que hacía de molde para que no se mueva.
“OLAS”.
También conocidas por “pucheiros”. En ellas se hacía “o caldo” o “fervíase o leite”. Su cuerpo, o “barriga”, es de configuración esferoidal en su mitad inferior, seguido hacia abajo por el “fondo” curvado por “desbaste”, mientras que por arriba se aplana y converge hacia el “orillo”, levemente “caído”. Lleva dos asas verticales y por dentro un baño de vidriado, o “alcol”.
Se hacía en tres tamaños: “olas grandes”, de 3 litros; “olas medianas”, también llamadas “oliñas”, de 2 litros; y “olas pequeñas”, o “pucheiros”, de 1 litro.
“TARTEIRAS”:
Para cocinar “ben sea peixe ou guisos”. Su “fondo” es curvado, por “desbaste”, hasta dejar sólo una pequeña superficie plana en que apoyarse. Por los lados la pared es recta, lleva sos asas verticales, y termina en borde reformado, u “orillo”, que se cubre con un “testo”. Se le aplica vidriado al interior. Y se hacía en tres tamaños, como las “olas”, de 3 , 2 y 1 litro.
“CÁNTAROS”.
Es una vasija de sorprendente diseño para este centro alfarero de formas tan simples, aunque quizá no fuesen muy antiguas dentro de la evolución global de nuestra alfarería.
El “cántaro” se emplea como medida del vino, y por tal motivo se hacía con la medida de una “arroba”(25 cuartillos, ó 12,5 litros). El propio usuario o “cosechero”, le labraba un pequeño orificio, como señal, a la altura de donde alcanzaba esa medida. Alguna vez se utilizaba para el transporte del agua y como depósito, al tiempo que en la propia comarca de Bamio se empleaban “baldes”, o sellas.
El cuerpo sorprende por la exagerada convexidad de su “barriga”, que se hace más sobresaliente en su zona media. Tiene, comparativamente, reducidas dimensiones a nivel de su base estrecha , o “cu”, y de su boca, cuyo borde en ligeramente reforzado, sobre un cuello que paulatinamente se estrecha al elevarse. Un asa se dispone, arqueada y oblicua, de la mitad del cuello hasta la proximidad del éntasis de la barriga. Alguna vez lleva dos asas, pero lo propio es que llevase una sola. Y por el interior, vidriado con “alcol”.
El “cántaro” siempre tiene igual medida. Y la razón para que siempre fuera igual, se debía a que el “louceiro” cuidaba que los “bolos de barro” fueran siempre de igual tamaño para cada pieza.
“CUNCAS” e “TAZAS”.
En opinión de los más viejos de la comarca, la diferencia entre “cunca” y “taza” se establecía tanto por el tamaño como por el uso. “Cuncas son as de comer o caldo”, que se hacían con una cabida aproximada de 1 litro, y más frecuente después, de medio litro, que aquí llaman “cuartillo”. Y “as tazas son para as romerías”, nada más que “para beber o viño”, con una cabida siempre menor que las anteriores, de 250 cc., pero más veces de 100 cc., a lo cual conocen como “un chiquito”. Las “tazas” , como las “xerras” solo se vendían para las “romerías”.
La forma de ambas era idéntica, de menguada altura, con marcada convexidad en su “barriga” y un amplio surco bajo el borde. Con baño de “alcol” por dentro. Y sin asas. Tan solo se diferenciaban en el tamaño.
“XERRAS”.
Tal vasija, refiriéndonos a finales del siglo XIX o comienzos del XX, no se hacía para ser usada en las casas, sino para las “romerías”. Porque por tal época, recordada por los viejos “louceiros”, casi no había vino: “quén o pescara”, dicen ellos. Sólo lo “pescaban” en las fiestas, y alguna vez cuando se cocía el pan, para “facer mijas ou sopas co pan de bola”. Y este “pan de bola” es un pan muy bajo, hecho en la entrada del horno, sobre una hoja de col, mientras se calienta para cocer “o pan”.
Las xerras tienen un cuerpo esferoidal sobre un “pe” de escasa altura, un cuello que ligeramente se amplía y al final adquiere leve convexidad cuando va alcanzar el borde. Tiene un “picho” que se hace con los dedos en la propia pared del cuello. Con un baño de “alcol” en el interior, y alguna decoración tan simple como dos rayas incisas en su “barriga”, y junto al borde, en razón a que era una pieza que llevaban al mostrador los taberneros. Su cabida, como su forma, siempre era la misma, de 2 litros.
“TARROS”.
Por este nombre conocen en esta comarca a las “macetas”, que se diferenciaban en: 1) “tarros lisos”, de pared uniforme, sin “orillo” y con una muy simple decoración de dos rayas incisas junto al borde. 2) “Tarros de orillo dibuxado” , de grueso “orillo”que se abre en dos partes con el dedo al tornearlo, y a una de las dos partes se le hacen “dibuxos”, tal como sencillas depresiones, Pueden también, en este segundo tipo de “tarros”, variarlesu forma, como pudiera ser dándole convexidad a la parte baja de su “barriga”, en imitación de una “ola”.
Ambos modelos de “tarros” se hacían de cuatro a cinco tamaños, con alturas que oscilaban entre 24 cms. y 10 cms. Y un tamaño menor, o “tarros pequeniños”, para los viveros.
“ENREDADEIRAS”.
Se corresponden con las que en otras comarcas denominan macetas de colgar o jardineras. Para su construcción se hacía primeramente un “tarro” con el fondo redondo, y se dividía en dos por su mitad. Y cada una de esas dos mitades se aplicaba sobre un plano de barro, llamado “zapata”, al que se pegaba la “enredadeira” cuidadosamente. Un orificio que llevaba en su fondo, entre “tarros” y “zapata” tiene por objeto escurrir el exceso de agua, y otro en su parte alta que sirve para colgarla.
A las macetas de colgar, en el momento de hacerlas, se les dejaba la superficie en escalera y cuando ya estaban duras, se “raspillaban” para darles la forma curva definitiva.
“TESTOS”.
Se hacían de una sola clase, planos y con un botón, o “pirilla”. Servían para cubrir las “tarteiras” y las “olas”.
“PETOS”.
Los “louceiros” construyeron dos clases: 1) “petos de ucha” , o petos tradicionales, de forma esferoidal, sobre un leva pie, con un botón, o “pirilla” en su parte alta, y “racha” transversal. 2) “petos” o “petos de Pascua”, de menor tamaño, sin pie ni “pirilla” y de un precio más económico. Estos “petos de Pascua” se hacían en gran cantidad para Santiago, para la procesión “das Angustias”. Durante el traslado de la Virgen, desde la iglesia de San Bieito do Campo a la capilla de las Angustias, los mozos y mozas, colocados a lo largo del recorrido, se tiraban unos a otros los “petos” por encima de la imagen procesional. Y en este juego se rompían muchos “petos”. Al llegar al atrio de la iglesia, les pedían a la gente que “lles estrenaran o peto”
OTRAS FORMAS.
Se hicieron “chocolateiras” con agarradera similares a las de Buño, y otras diversas vasijas.
Se habla de la construcción de “tuberías” o arcaduces, que se exhibieron en la Exposición pontevedresa de 1.880. Una trompeta figuró en la citada exposición. Y una “campana”, quizá como la anterior, de carácter anecdótico, fue presentada en la Exposición de Lugo de 1.877.
LAS VENTAS.
La venta de los cacharros la llevaban a cabo tanto hombres como mujeres. A comienzos de siglo, transportaban su mercancía en lanchas de vela, alquiladas por dos o más alfareros, en cuyas bodegas estibaban los cacharros sin protección alguna. Así, se trasladaban a los mercados de Rianxo, A Póboa y Ribeira, o hacia la otra ría, a Bueu, Marín y otros pueblos, o más al sur, a Baiona de Miñor y Vigo.
Iban a vender a numerosas ferias y mercados. A Santiago los jueves, a Pontevedra los días 1 y 15 de cada mes; a Padrón, los domingos; y a Vilagarcaía, los martes. También acudían a Caldas de Reis, Cuntis, A Estrada, Redondela, y Vigo. Hacían el viaje en tren o en autobús, transportando la mercancía en cestos y protegida con paja. A la hora de los mercados, procuraban instalar su mercancía juntos, ayudándose en las ventas.
A la vuelta de las ferias, se comentaba la presencia de otros vendedores que “viñan da parte da Coruña”, a los que conocían por “os oleiros”, y otros que procedían “da parte de Portugal” a los que llamaban “louceiros” como los propios alfareros de Bamio.
LOS ALFAFEROS Y LOS NIÑOS.
No se hacían “xoguetes” ni “bolas de barro”. Pero a los niños que se acercaban hasta “ o louceiro”, éste alguna vez les hacía un “santo de barro”, como saliera, para entretenimiento.
Cuentan que si estaba de ganas, “o louceiro” jugaba con los niños poniéndolos en la rueda inferior del torno y haciéndola girar, hasta que chillaba: “¡Parade a roda, que vexo luciñas!”
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